El
evangelio de este domingo nos muestra cuan «humanos» son los primeros
seguidores de Jesús; se parecen tanto a nosotros.
Cuando
se sienten ofendidos por alguien, en este caso porque no les dan alojamiento en
Samaria, su reacción es de odio y de desprecio. Incluso no dudan en querer
utilizar el nombre de Dios para que castigue a los que consideran sus enemigos.
Que poco entendemos la lógica de Jesús, la lógica del amor. ¡Cuantas guerras,
cuantos crímenes en nombre de Dios! También en nuestros días, entre nosotros.
Musulmanes, judíos, cristianos... pretendemos que Dios esté de nuestro lado,
haciendo el mal a otros de sus hijos o hijas, porque es distinto/a de nosotros.
¡Cuando rechazo a alguien porque es diferente significa que no he entendido
nada del mensaje de la Palabra de Dios!
Cuantas
excusas, legítimas, pero excusas, para tomarnos en serio el seguimiento de
Jesús. Él nos pide radicalidad (no radicalismo ni fundamentalismo) en la
respuesta a su llamada. Implica romper con la lógica de la que hablábamos
antes. Supone echar mano al arado sin mirar atrás. Significa empeñarse
en mostrar en nuestra vida y en contagiar a los demás los valores del Reino de
Dios: amor a todos, incluso a los enemigos; denuncia de las situaciones de
injusticia; empeño en construir un mundo en el que todos se sientan hermanos,
hijos de Dios...; aunque nos toque ir a Jerusalén.
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