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Lugar del nacimiento de Jesús |
En el evangelio de la eucaristía del día se lee el
prólogo del evangelio de Juan. Jesús, la Palabra viva de Dios, se hace presente
entre nosotros, «acampa» en medio nuestro. Pero, curiosamente, pasa casi
desapercibida: no la conocemos; no la recibimos.
Cuantos/as
cristianos/as –incluso de los/as de eucaristía dominical– no hacen de la Palabra de
Dios el centro de sus vidas: no leen con frecuencia (¿diaria?) la Biblia, no la contemplan, no hacen oración con ella, no la
comparten en grupos de reflexión, no la viven...
El
recibir a Jesús, el reconocer en Él la Palabra creadora y definitiva del Padre
nos da el «poder para ser hijos de Dios». La oferta es generosa; la respuesta
está en nuestra mano. En Jesús, en su Palabra, encontramos la respuesta a los
anhelos humanos, el sentido a la existencia.
Su
Palabra nos muestra el camino para reconocer en cada ser humano a mi hermana, a
mi hermano. Nada de lo que le pasa a mi hermana/o me es indiferente. Jesús ha
nacido, es uno de los nuestros, pero, al mismo tiempo, es el Hijo de Dios,
quien nos ha mostrado al Padre, el que nos «lo ha dado a conocer », quien nos
ha enseñado cómo Dios-Padre nos ama y cómo quiere que nosotros amemos.
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