El
evangelio de este domingo presenta dos escenas distintas, pero complementa-rias.
La primera es una controversia de los fariseos con Jesús por el tema del divorcio;
mientras en la segunda, los protagonistas de la polémica son los discípulos, a
raíz de que algunos/as (seguramente sus padres) quieren que Jesús bendiga a
unos niños.
En
ambos casos Jesús –como es habitual– se pondrá de parte del más débil, del más
indefenso, del que socialmente tiene menos derechos. La mujer, en la sociedad
judía de la época, quedaba en una situación de desamparo cuando el esposo la
repudiaba, condenada en muchos casos a la pobreza más extrema o incluso la
prostitución, si no tenía familiares que se hiciesen cargo de ella (cosa que
ocurría con frecuencia). Jesús reivindica el plan original de Dios, en la
creación, en que hombre y mujer han sido creados con igual dignidad y derechos,
el uno para el otro.
Los
niños, por otro lado, eran los últimos en la escala social. No tenían ningún
derecho, ni eran tenidos en cuenta ni social ni religiosamente, hasta que
llegaban a la mayoría de edad; aparte del altísimo índice de mortalidad
infantil. Jesús se enojará con los discípulos por menospreciarlos. Y afirmará
categóricamente: «Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un
niño, no entrará en él»
Nuestra
forma de ser y de actuar personal y eclesial ha de estar en la línea de Jesús,
si no nos hemos equivocado de Maestro.
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