El
evangelio de este domingo nos habla, a través de una parábola de Jesús, de la
acogida de la Palabra de Dios, de cómo dicha palabra fructifica según la
actitud personal y la recepción de ella en lo más íntimo de la persona.
Las
actitudes ante el anuncio del mensaje de Jesús son diversas y no tan diferentes
de las actuales. Los que escuchan la Palabra y no entienden ni quieren
entender, tienen otras preocupaciones, tienen el corazón puesto en otras cosas:
“es interesante el mensaje de Jesús, pero yo no tengo tiempo ahora para
dedicarme a esas cosas, no quiero complicarme la vida”. También está el que la
recibe con alegría, pero «no tiene raíces», no tienen consistencia sus
decisiones, le falta criterio, ante cualquier dificultad abandona, le falta
amor. Junto a estas dos hay una tercera postura negativa, la de aquel que pone
delante del amor a Dios y a los demás su situación o anhelo de riquezas, de
poder; actitud que asfixia, ahoga la buena noticia de Jesús.
Pero
otro mundo es posible; la «tierra buena» existe. La Palabra de Dios puede
fructificar y fructifica, incluso en algunos casos el ciento por uno, aunque
humanamente pueda parecer imposible.
Hemos
de “empaparnos” de la Palabra de Dios, para que dé fruto, para que nuestra vida
y la de nuestro entorno cambien, según el plan amoroso de Dios.
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