El
evangelio de la Epifanía nos presenta a unos sabios (o magos) de Oriente
siguiendo a una estrella y buscando no saben bien qué. El nacimiento de una
estrella indicaba –era una creencia generalizada– el nacimiento de un personaje
importante. Todo apunta a que el acontecimiento será en Israel. Y con estas
credenciales se presentan en Jerusalén. Son unos extranjeros que están
buscando, sin saberlo exactamente, la manifestación de Dios.
El único
que da importancia a estas noticias es el poder político, pero sus razones son
interesadas, de poder, de miedo a perder su estatus… Las autoridades religiosas
(sumos sacerdotes) y los estudiosos de la Palabra (escribas) conocen las
Escrituras, lo que dice la Biblia sobre el Mesías. Pero sus intereses son
otros; el mensaje les resulta indiferente, están demasiado ocupados en sus
cosas.
Sólo
unos extranjeros, unos que no comparten ni su raza, ni su cultura ni su
religión, están buscando, siguiendo una estrella, un signo imperceptible para
los que no tienen un corazón sencillo y abierto. Ellos son los que se
encuentran con Jesús y le ofrecen lo que llevan. Ellos son los que perciben la
acción de Dios en algo tan sencillo como una madre con su hijo: «vieron al niño
con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron»
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