Jesús
invita a sus discípulos –en el evangelio de este domingo– a creer en Dios Padre
y en Jesús. Nuestra fe se caracteriza por fiarnos de Jesús: Él es nuestro
«horizonte de comprensión». Más aún, Jesús es «el camino, y la verdad, y la
vida». No es sólo el guía que nos muestra cómo llegar al Padre, cómo participar
de la salvación que Dios nos ofrece, cómo hacer que nuestra vida tenga sentido.
Él es el camino de la verdad y de la vida: el camino que nos lleva a la única
verdad integral (no medias mentiras o verdades a medias), el único que
satisface nuestras inquietudes y esperanzas, porque exclusivamente en Él, «el
camino» (no un camino cualquiera), encontramos la vida, la vida en plenitud. El
evangelista subraya que el camino hacia Dios pasa por Jesús.
Pero
el creer en Jesús, el ser su discípulo o discípula, significa adecuar mi
existencia y mis criterios a los de Jesús: «Os lo aseguro: el que cree en mí,
también él hará las obras que yo hago». La respuesta de fe implica entrar en la
dinámica de la vida de Jesús, en su forma de vivir, de actuar, de predicar…
Comporta comprometernos en la construcción del Reino de Dios ya aquí, «como
piedras vivas» (segunda lectura), sin desánimos ni pesimismos. Las cosas pueden
cambiar; yo tengo mi parte de responsabilidad en construir un mundo más justo,
más solidario, más fraternal, que responda al plan original de Dios.
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