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Cenáculo, Jerusalén |
El
evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús nos envía, de la misma forma
que el Padre le envió a Él. Y ¿a qué nos envía? El nos encarga continuar su
obra, y para ello nos manda el Espíritu Santo. Él es el que hará posible que
nosotros podamos proseguir la renovación que comenzó Jesús.
Es curiosa la escena inicial de la
narración: los discípulos están con miedo, con las puertas cerradas, y es de
noche. Tres datos concisos, pero precisos: desconfían y están temerosos de
todo; viven cerrados a todo lo exterior; les falta «luz» para caminar, no ven
nada con claridad. Difícilmente con estas actitudes se puede continuar la obra
de Jesús. ¡Cuantos de nosotros nos sentimos «retratados» en esta escena!
Pero
Jesús les trae la paz, el sosiego interior, la alegría que ellos necesitan. El
miedo, la desconfianza, la cerrazón, la oscuridad interior imposibilitan tener
paz. Jesús les devuelve la confianza, y les encarga ser transmisores de la Buena Noticia del
Reino. Son portadores del Evangelio del perdón, de la Buena Nueva del amor
que han de extender por todas partes. Ahora cuentan con el Espíritu Santo. Ya
no hay razón para tener miedo, ya no hay motivo para posponer el encargo. El
trabajo por hacer es ingente: ¡manos a la obra!
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