jueves, 9 de diciembre de 2010

Domingo III de Adviento - Mt 11,2-11


¿Qué esperamos? ¿A quién esperamos? La pregunta que hace Juan Bautista, a través de sus discípulos, sigue siendo actual. Quizás ya hemos perdido el entusiasmo de nuestra primera conversión, o tal vez nunca hemos experimentado ese entusiasmo o no lo recordamos; vivimos un cristianismo mediocre, por costumbre, por inercia que no convence a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Asistimos a la eucaristía dominical esperando que acabe lo antes posible. Nuestro seguimiento de Jesús, nuestra espera de su venida le falta pasión, convicción.

La «Buena noticia» de Jesús transforma a las personas. Hace posible que la vida tenga sentido, que los individuos sean transformados. Es posible ver (estamos ciegos), andar (nos falta apasionamiento), quedar limpio (ganar la partida al mal, al pecado), oír (escuchar y entusiasmarnos con la Palabra de Dios), resucitar (nacer a una nueva vida) y recibir y anunciar a los pobres el Evangelio. ¡Es posible! Es posible con Jesús. Él es el único que esperamos, el único capaz de colmar nuestras expectativas.

Este tiempo de Adviento es una nueva invitación a cambiar de actitud y de vida, a apuntarnos a seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias. Sólo así seremos felices, sólo así nuestra existencia tendrá sentido.

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