jueves, 30 de diciembre de 2010
Fiesta de «Santa María, Madre de Dios» - Lc 2,16-21
domingo, 26 de diciembre de 2010
Fiesta de «La Sagrada Familia: Jesús, María y José» - Mt 2,13-15.19-23
miércoles, 22 de diciembre de 2010
La Natividad del Señor - Lc 2,1-14
Lugar del nacimiento de Jesús |
jueves, 16 de diciembre de 2010
Domingo IV de Adviento - Mt 1,18-24
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Iluminación navideña |
jueves, 9 de diciembre de 2010
Domingo III de Adviento - Mt 11,2-11
lunes, 6 de diciembre de 2010
Fiesta de «La Inmaculada Concepción de María» - Lc 1,26-38

jueves, 2 de diciembre de 2010
Domingo II de Adviento - Mt 3,1-12
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El Jordán, donde desarrolló su labor Juan Bautista |
jueves, 25 de noviembre de 2010
Domingo I de Adviento - Mt 24,37-44

jueves, 18 de noviembre de 2010
Jesucristo, rey del universo - Lc 23,35-43
lunes, 15 de noviembre de 2010
La Palabra del Señor permanece para siempre
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jueves, 11 de noviembre de 2010
Domingo XXXIII del tiempo ordinario - Lc 21,5-19

jueves, 4 de noviembre de 2010
Domingo XXXII del tiempo ordinario - Lc 20,27-38

martes, 2 de noviembre de 2010
Fiesta de «Todos los fieles difuntos» - Jn 14,1-6

domingo, 31 de octubre de 2010
Fiesta de «Todos los Santos» - Mt 5,1-12a

jueves, 28 de octubre de 2010
Domingo XXXI del tiempo ordinario - Lc 19,1-10

domingo, 24 de octubre de 2010
Digitalización de los textos de Qumrán
Investigacions i cultura bíblica
jueves, 21 de octubre de 2010
Domingo XXX del tiempo ordinario - Lc 18,9-14

jueves, 14 de octubre de 2010
Domingo XXIX del tiempo ordinario - Lc 18,1-8

jueves, 7 de octubre de 2010
Domingo XXVIII del tiempo ordinario - Lc 17, 11-19

jueves, 30 de septiembre de 2010
Domingo XXVII del tiempo ordinario - Lc 17,5-10

jueves, 23 de septiembre de 2010
Domingo XXVI del tiempo ordinario - Lc 16,19-31

Continúa el tema del uso de los bienes terrenos que hemos recibido para administrarlos; en esta ocasión es a través de una parábola de Jesús que nos narra la historia de un hombre que nada en la abundancia y de un mendigo enfermo y hambriento, ignorado por el primero.
Curiosamente del primero, del rico, el evangelista no nos proporciona el nombre. El narrador quiere que cada uno de nosotros le pongamos un nombre, el nuestro; que nos paremos a pensar en cuántas ocasiones hemos actuado de forma similar al personaje de la historia: despreocupándonos de las necesidades del prójimo; «pasando» de tantas situaciones de injusticia, de sufrimiento, de dolor de los demás; ignorando que el otro, la otra son hijos de Dios, son mis hermanos.
En cambio el mendigo, el menesteroso sí tiene nombre: Lázaro. El pobre, el necesitado, el hambriento, el «pisoteado» por las circunstancias de la vida y de la sociedad… tiene un rostro, tiene un nombre, tiene una dignidad. No son personas anónimas: tienen una vida, una familia, unas circunstancias; son personas; son «hijos de Dios». Nuestra desidia, nuestra escasa o nula preocupación, no significa que sea menos digno que tú, que yo, que nosotros. La «Buena noticia» de Jesús es que ellos son los elegidos, los primeros, los escogidos para el Reino de Dios, los más dignos. Se impone un examen de conciencia personal, social, eclesial de nuestras actitudes, de nuestras prioridades, de nuestra existencia.
jueves, 16 de septiembre de 2010
Domingo XXV del tiempo ordinario - Lc 16,1-13

El evangelio de este domingo nos recuerda que todos los bienes que hemos recibido no son exclusivamente para provecho propio. Todos los bienes de la tierra, antes que nada, tienen una función social, están al servicio del bien común. El derecho a la propiedad está subordinado al bien común. Este es una enseñanza que se fundamenta en la Palabra de Dios y de la que se han hecho eco tanto la Patrística como la mayoría de encíclicas sociales de los últimos Papas.
En este sentido siguen siendo actuales las palabras de san Basilio (s. IV): «Si cada cual asumiera solamente lo necesario para su sustento, dejando lo superfluo para el que se halla en la indigencia, no habría ricos ni pobres… Te has convertido en explotador al apropiarte de los bienes que recibiste para administrarlos. El pan que te reservas pertenece al hambriento; al desnudo los vestidos que conservas en tus armarios; al descalzo, el calzado que se apolilla en tu casa; al menesterosa, el dinero que escondes en tus arcas. Así, pues, cometes tantas injusticias cuantos son los hombres a quienes podías haber socorrido» (PG 31,276).
jueves, 9 de septiembre de 2010
Domingo XXIV del tiempo ordinario - Lc 15,1-32

Hoy, la liturgia dominical, nos brinda la oportunidad de meditar las tres parábolas sobre el amor misericordioso de Dios, que encontramos en el capítulo 15 del evangelio de Lucas.
Este amor de Dios es comparado con un pastor que pierde una oveja de su rebaño y sale a buscarla, y cuando la encuentra le invade una alegría inmensa que siente necesidad de compartirla con los demás. De igual manera ocurre cuando una mujer pierde una moneda y la busca diligentemente; al encontrarla se llena de gozo e igual que el pastor de la primera parábola lo hace partícipe a sus íntimas. En los dos casos Jesús afirma que la misma alegría habrá en el cielo por la vuelta de un pecador. El evangelista quiere que tanto hombres como mujeres participen de la experiencia de un Dios que es todo amor; solidario con todas nuestras necesidades; que nunca nos abandona, aunque nosotros sí lo hagamos; que nos busca y se alegra cuando volvemos a Él.
En la misma línea se sitúa la tercera parábola de un padre que nos ama aunque le rechacemos, aunque le neguemos, aunque le ignoremos. Siempre dispuesto a salir corriendo a nuestro encuentro, abrazarnos y besarnos. También cuando hemos hecho de la religión un cumplimiento frío, olvidando que Dios es nuestro Padre y el otro siempre es mi hermano.
jueves, 2 de septiembre de 2010
Domingo XXIII del tiempo ordinario - Lc 14,25-33

Quizás nos hemos acostumbrado a un cristianismo «descafeinado», «light» y todo lo que nos suena a renuncia, a cruz nos provoca desasosiego. Pero el mensaje de Jesús es exigente. El ser discípulo de Jesús implica una manera de pensar, de ser y de vivir.
Cualquier opción en nuestra vida, incluso el no tomar ninguna decisión, implica una renuncia a algo, a todo lo que es distinto u opuesto a mi elección. El no elegir también significa renunciar a lo que puedo optar.
La «Buena noticia» de Jesús implica una opción fundamental, una elección en la que implico toda mi existencia, por eso es fundamental. Jesús, en el evangelio de hoy, nos está recordando que elegirlo a Él significa que todo en nuestra vida esta condicionado a esa elección: mi familia, mis amistades, mis proyectos, mi vida… Y eso es lo mejor posible para mi familia, mis amistades, mis proyectos y mi vida. Lo que pasa es que no acabamos de creernoslo.
jueves, 26 de agosto de 2010
Domingo XXII del tiempo ordinario - Lc 14,1.7-14

La primera razón, que nos propone Jesús, para no ocupar los primeros puestos, es divertida y curiosa: para no hacer el ridículo. Esa motivación somos todos capaces de entenderla; la sensación de estar haciendo el ridículo es una experiencia enojosa. Parece que nos está diciendo: al menos por no sentirte avergonzado, no vayas de fantasma por la vida; no te crees mejor o superior a nadie; no busques la palmadita en la espalda…, que tienes todos los números para que alguien te baje de la nube o te pegues un batacazo.
Y continúa Jesús con el tema de los banquetes y eventos similares. Ahora dice que no invitemos a familia, amigos y conocidos, si no a los marginados de la sociedad. ¡Qué cosas más extrañas nos sugiere el Maestro!
Pero es que Jesús está hablando del Reino de Dios, que Él ya ha inaugurado. Y en este Reino los primeros, los privilegiados no son los que se creen los mejores económica, intelectual o religiosamente, o por su parcela de poder. Tampoco privilegia a los más cercanos por lazos familiares o de amistad. Los realmente importantes son los últimos, los marginados, los humildes, lo que no cuentan para nada ni para nadie. Y nos enseña a sus discípulos y discípulas cuáles deben ser nuestras prioridades.
jueves, 19 de agosto de 2010
Domingo XXI del tiempo ordinario - Lc 13,22-30
jueves, 12 de agosto de 2010
La Asunción de la Virgen María - Lc 1,39-56

El evangelio elegido para la festividad de este domingo, la «Asunción de la Virgen María», es el del encuentro de dos mujeres extraordinarias, María e Isabel, ambas embarazadas. Es un encuentro de dos personas de una fe profunda y comprometida. Isabel sabe reconocer en María la acción de Dios –de hecho, ella ha experimentado también esta acción transformadora– y bendice a su parienta por el Hijo que lleva en las entrañas, pero también por su fe inquebrantable.
María, por su parte, redirecciona la alabanza que ha recibido hacia Dios; ella se siente pequeña ante la grandeza del Señor. El Dios de Israel es el único acreedor de nuestras alabanzas y bendiciones. Sólo Dios ha hecho obras grandes; sólo Él es santo y misericordioso al mismo tiempo; solamente Dios se fija en los pequeños, en los humildes, en los necesitados, en los tratados de forma injusta, en los excluidos socialmente… y los prefiere a los ricos, a los poderosos, a los satisfechos. María anticipa, en su canto del «Magníficat», las bienaventuranzas que su Hijo proclamará más tarde.
Ellas –de una manera singular María– descubren el plan de Dios en las cosas sencillas y cotidianas. Y ponen todo su empeño, toda su vida en hacerlo posible.
jueves, 5 de agosto de 2010
Domingo XIX del tiempo ordinario - Lc 12, 32-48

Pero, Jesús quiere añadir una razón más a la actitud de vela, de vigilancia que pide a sus discípulos y discípulas. El plus añadido es la tensión escatológica, la espera anhelante de la llegada definitiva del Reino. Nos demanda vivir como si la venida definitiva del Señor fuese a ocurrir ya. No es una llamada a vivir angustiados; todo lo contrario. Sabemos que somos responsables de contribuir diariamente, cotidianamente a la construcción del Reino de Dios, que ya inauguró Jesús. Conocemos que este Reino no alcanzará su plenitud en este mundo imperfecto, pero eso no nos excusa de poner nuestro grano de arena cada día, cada instante en su edificación.
Y el Reino que inició Jesús es justicia, dignidad, amor… Él nos mostró un Dios que ama a todos los seres humanos como hijos y que desea que sus hijos se reconozcan como hermanos y hermanas. Los discípulos y discípulas de Jesús tenemos una gran responsabilidad en esta tarea: «Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá»
jueves, 29 de julio de 2010
Domingo XVIII del tiempo ordinario - Lc 12,13-21

El evangelista, en este domingo, nos sugiere dos tipos de riqueza. Una de ellas, la más conocida, está emparentada con la codicia, con el ansia de poseer, con la cultura del placer inmediato y del consumo irresponsable. La advertencia de Jesús sobre esta actitud no admite dobles lecturas: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes»
Toda la felicidad aparente que nos proporciona el tener cosas es sólo eso apariencias. Una enfermedad, una desgracia, un problema familiar o sentimental, por no decir, la muerte marcan su punto final; incluso mucho antes. Hay quien argumentará: «hay que vivir el momento presente; hay que disfrutar de la vida» Son los que confunden –o los que confundimos– la auténtica felicidad con unas ráfagas de placer, con fecha muy breve de caducidad.
Aunque hay otra forma de riqueza. Jesús dirá: «es rico ante Dios». Es el «capital» de los valores del Reino, del amor de donación, del respeto a todo ser humano, de la preocupación por las necesidades del prójimo… Lo contrario de la codicia es la generosidad; sólo la segunda nos hace felices. ¿A qué forma de riqueza me apunto?
jueves, 22 de julio de 2010
Festividad de Santiago apóstol - Mt 20,20-28

El evangelio que nos propone la liturgia para este domingo, festividad de Santiago apóstol, no es de lo más aleccionador; al menos la actitud de Santiago y su hermano Juan, junto con su mamá. La madre de los hermanos Zebedeos quiere lo mejor para sus hijos y ella piensa –nosotros también– que un puesto de poder y de prestigio es a lo que deben aspirar y conseguir.
Pero la perspectiva de Jesús es bien distinta. Él no quiere una comunidad de seguidores suyos que se muevan en esas coordenadas: «no será así entre vosotros». Quien tiene un puesto de responsabilidad en la comunidad sólo lo puede entender desde el servicio. Y esto es aplicable a cualquier encargo eclesial: obispo, presbítero, catequista, responsable de la pastoral de salud, caritas, etc. (cada cual que ponga aquí su responsabilidad en la comunidad).
Y el servicio no es una palabra bonita, que queda muy bien afirmarla públicamente: «yo estoy al servicio de la comunidad». Implica ser y sentirse el último; aquel que siempre esta disponible; quien ama la comunidad más que su propia vida (eso incluye más que la propia comodidad, más que el propio prestigio, más que los propios gustos y necesidades; etc.). No significa abandonar las otras responsabilidades (familiares, sociales, etc.), si no vivir esta responsabilidad sirviendo, como un sirviente.
jueves, 15 de julio de 2010
Domingo XVI del tiempo ordinario - Lc 10,38-42
Las actitudes de estas dos mujeres personifican las características del discipulado de Jesús: el servicio, la escucha y el seguimiento de Jesús. Estas tres disposiciones son requeridas a todo seguidor de Jesús, sea hombre o mujer. Marta no termina de entenderlo. Ella está convencida que, como mujer, lo mejor que puede hacer es servir. Y no se equivoca, pero no es suficiente. Ella, también, al igual que los discípulos hombres, es invitada a escuchar y a seguir a Jesús; como lo está haciendo su hermana María. De igual manera, los hombres también son invitados a servir, además de la escucha y el seguimiento. Toda una lección de igualdad en cuanto a dignidad y a discipulado.
En nuestras vidas, en nuestras comunidades eclesiales, en la sociedad… no siempre queda suficientemente clara esta igualdad proclamada y vivida por Jesús. Nosotros los creyentes estamos invitados a ser los primeros defensores de ella: es la voluntad de nuestro Maestro y Señor.
jueves, 8 de julio de 2010
Domingo XV del tiempo ordinario - Lc 10,25-37

El compendio de las Escrituras, de la Torá (la Ley o voluntad salvífica de Dios), es el amor: el amor a Dios y el amor al prójimo. Eso ya lo repetíamos de niños, cuando aprendíamos los «Diez mandamientos», que se resumen en dos, repetíamos en la catequesis: «amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo»
Pero el evangelista, haciéndose eco de la enseñanza de Jesús, quiere clarificar en qué consiste esta síntesis de la Palabra de Dios. Y lo explica al estilo oriental, como explicaban las cosas en el Antiguo Próximo Oriente, con una narración. Así se entiende todo mejor, tanto niños como adultos.
Nos narra como dos personas religiosas –un sacerdote y un levita– no socorren a un hombre que ha sido apaleado y está en una situación de urgente necesidad; ambos «dan un rodeo» para evitar ver o escuchar a esta persona que sufre. En cambio, un samaritano, un extranjero, alguien no creyente, se para y le socorre: siente compasión, le venda las heridas, las lava con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo lleva a un lugar donde continúen los cuidados, pone su dinero a su servicio… Toda una lección para las personas que nos consideramos religiosas. Jesús, en dos momentos del relato, dirá a su interlocutor (nos dirá a cada uno y cada una de nosotros): «Haz esto y tendrás la vida»; «anda, haz tú lo mismo».
jueves, 1 de julio de 2010
Domingo XIV del tiempo ordinario - Lc 10,1-12.17-20

El envío, en esta ocasión (en el evangelio de este domingo), de un grupo numeroso de discípulos –de setenta y dos menciona el evangelio– precede y preanuncia la llegada de Jesús: les encamina «a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él»
El Maestro quiere que sean sus discípulos quienes abran el camino, quienes preparen el terreno. Será la Palabra de Dios quien transforme las personas, los ambientes, la sociedad, el mundo; pero su (nuestra) labor de discipulado es imprescindible –porque así Él lo ha querido– para que se produzca el «milagro» del cambio.
Y los envía (nos envía) con pobreza de medios: «no llevéis…, ni…» El mensaje de Jesús, los valores del Reino no están condicionados a grandes estructuras o un montaje espectacular de marketing. Tampoco se distinguirá por su agresividad expositiva o por la fuerza de unos argumentos irrefutables: «os mando como corderos en medio de lobos».
Jesús les propone que presenten un mensaje sencillo, pero capaz de producir un cambio radical en quien lo escuche atentamente: «está cerca de vosotros el reino de Dios» La realidad de un mundo nuevo, diferente, donde cada mujer y cada hombre se sienta respetado y amado, reconocida su dignidad, ya se ha inaugurado. Lo ha hecho Jesús y lo continúan sus seguidores.
lunes, 28 de junio de 2010
San Pedro y san Pablo, apóstoles - Mt 16,13-19

La Tradición, la Iglesia han querido unir en una misma fiesta estas dos grandes figuras de la Iglesia primitiva: Pedro y Pablo. Las diversas lecturas de hoy nos recuerdan algunos momentos de la vida de estos dos personajes.
El evangelio nos evoca la confesión de fe de Pedro en Jesús como Mesías y como Hijo de Dios. Seguramente Pedro no es plenamente consciente del alcance de su afirmación, pero es un paso importante. Jesús le confiará el cuidado de su Iglesia.
Pedro es un hombre sencillo, de profesión pescador. Tendrá la misión de ser «piedra» fundamental en la construcción de la nueva realidad que se está inaugurando con Jesús. Tendrá que aprender que el ser dirigente de la Iglesia de Jesús no tiene nada que ver con actitudes de poder ni con imposiciones arbitrarias. El libro de los Hechos de los Apóstoles (primera lectura) lo presenta en la cárcel: el seguimiento de Jesús muchas veces no es fácil. Algo similar pasa con Pablo que en la segunda carta a Timoteo (segunda lectura) comenta su próximo martirio, después de toda una vida entregada a la evangelización.
Son dos grandes columnas de la Iglesia. Su ejemplo es un espejo donde todos debemos mirarnos: su fe, su espíritu de servicio, su afán evangelizador, su empeño en hacer presente la «Buena Noticia» de Jesús, su entrega hasta las últimas consecuencias…, son actitudes necesarias para la construcción del Reino de Dios y de un mundo más justo.
jueves, 24 de junio de 2010
Domingo XIII del tiempo ordinario - Lc 9,51-62

En muchas ocasiones Jesús y su mensaje no es aceptado no tanto por rechazo directo de su persona y de su predicación si no por el «envoltorio» con el que llega a los destinatarios. Los samaritanos –en el evangelio que meditamos hoy– no proporcionan alojamiento a Jesús y a sus discípulos, pero la razón es que van a Jerusalén, para las fiestas, unas conmemoraciones que recordaban heridas abiertas y no cerradas entre samaritanos y judíos. Los discípulos se sienten atacados y su reacción es violenta, y buscan la complicidad de Jesús en su reacción tan poco «cristiana». Jesús, lógicamente, les recrimina esa actitud enfrentada con su propuesta de amor y de acogida a todos.
También en la actualidad cuántos no aceptan a Jesús, les produce «alergia» todo lo que suene a religiosidad y más si es cristiana, si es católica. ¿Pero realmente detrás de estas reacciones hay un rechazo auténtico de Jesús y de su mensaje? Estoy convencido que muchas de estas reacciones responden al «envoltorio»: a malas experiencias con personas religiosas; a informaciones deformadas de la realidad religiosa; a un escaso o nulo testimonio cristiano de muchos de los seguidores de Jesús...
Nuestra reacción no puede ser en la misma línea, no debemos, no podemos adoptar actitudes violentas o agresivas: no responden a un auténtico seguidor de Jesús. La historia enseña que con el tiempo un gran número de samaritanos se convirtieron en cristianos; pero no fueron las actitudes antes mencionadas las que lo consiguieron.