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Cenáculo, Jerusalén |
Tanto
el libro de los Hechos de los apóstoles (primera lectura) como el evangelio de
hoy nos muestran a la primera comunidad de seguidores de Jesús como un grupo de
gente con miedo: encerrados y temerosos. Un acontecimiento nuevo va a cambiar
esencialmente la situación. La venida del Espíritu Santo convertirá el miedo en
paz, en alegría, en generosidad en el perdón, en osadía en la predicación, en
la utilización de un lenguaje por todos comprensible… Es la respuesta de Jesús
a su promesa de no dejarles nunca solos.
Pentecostés
es un grito de esperanza, de unidad, de sana audacia. El Espíritu reparte sus
dones –también hoy– para el bien común: de la comunidad eclesial y de la
sociedad en general (cf. segunda lectura). Todos y cada uno/a estamos llamados
a participar de este festival del Espíritu.
No
podemos eludir esta llamada personal y, sobre todo, eclesial de poner todos
nuestros dones –por el hecho de ser dones, recibidos – a trabajar, abandonando
miedos que ya no tienen sentido. El evangelio de Jesús es «Buena Noticia» para
la Humanidad, para todos. Su mensaje, su manera de entender las relaciones
humanas y la relación con Dios es lo mejor que le puede pasar al mundo. Y no
estamos solos en esta tarea.