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Lugar de las Bienaventuranzas, Israel |
En la
solemnidad de «Todos los santos» la liturgia nos propone el texto de las
«Bienaventuranzas», en el evangelio de Mateo. La Iglesia nos recuerda que el
camino de la santidad pasa por la opción por los pobres, por los desconsolados,
por los que sufren, etc. De ellos, afirma el evangelio, es el reino de los
cielos. Más, aún, asevera que ellos son los «bienaventurados», los felices;
implicando a toda la comunidad eclesial en que esta promesa se convierta en
realidad aquí y ahora, sin esperar a la otra vida, donde se cumplirá en toda su
plenitud. Pero ya es (en presente) de ellos el reino de los cielos; pueden ya
estar «alegres y contentos», aunque la recompensa, su plenitud, todavía no es
definitiva en esta vida.
La
perspectiva que nos muestra el evangelio es bien distinta a la realidad que
nos envuelve. Implica una forma de vida diversa: lo prioritario no
es el tener, si no el ser; los importantes no son los ricos, famosos y
poderosos, si no los que no tienen nada, los «machacados» por la vida, los que
son capaces de padecer con el sufrimiento del prójimo, los que se empeñan en
que vivamos en un mundo de paz. Los santos y las santas son aquellos que han
puesto toda su vida al servicio del «plan de Dios» para la humanidad, resumido
en el Sermón de la montaña.