
La primera razón, que nos propone Jesús, para no ocupar los primeros puestos, es divertida y curiosa: para no hacer el ridículo. Esa motivación somos todos capaces de entenderla; la sensación de estar haciendo el ridículo es una experiencia enojosa. Parece que nos está diciendo: al menos por no sentirte avergonzado, no vayas de fantasma por la vida; no te crees mejor o superior a nadie; no busques la palmadita en la espalda…, que tienes todos los números para que alguien te baje de la nube o te pegues un batacazo.
Y continúa Jesús con el tema de los banquetes y eventos similares. Ahora dice que no invitemos a familia, amigos y conocidos, si no a los marginados de la sociedad. ¡Qué cosas más extrañas nos sugiere el Maestro!
Pero es que Jesús está hablando del Reino de Dios, que Él ya ha inaugurado. Y en este Reino los primeros, los privilegiados no son los que se creen los mejores económica, intelectual o religiosamente, o por su parcela de poder. Tampoco privilegia a los más cercanos por lazos familiares o de amistad. Los realmente importantes son los últimos, los marginados, los humildes, lo que no cuentan para nada ni para nadie. Y nos enseña a sus discípulos y discípulas cuáles deben ser nuestras prioridades.