jueves, 28 de julio de 2011

Domingo XVIII del tiempo ordinario - Mt 14,13-21

Del relato de la multiplicación de los panes y los peces se hacen eco los cuatro evangelistas. Este domingo lo escucharemos en la versión de Mateo, correspondiente al ciclo A, en el que estamos. Nos presenta a Jesús atento y ocupado en las necesidades de la gente. Por eso no admite la sugerencia de los discípulos de despedir a la multitud para que se busque la vida, despreocupándose de si encontrarán dónde comer o no. Y desea también que sus seguidores no sean «pasotas» o indiferentes ante las carencias de los demás.

El narrador recoge la invitación de Jesús a actuar de otra manera: «no hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer» Quiere que la comunidad eclesial esté atenta, preocupada y afanada por las necesidades del prójimo. Por eso el evangelista señala que después de la acción prodigiosa de Jesús, éste entrega los panes a los discípulos, para que sean ellos los que lo repartan entre la gente.

La confianza en Jesús es el punto de partida: Él lo puede todo. Pero no anula ni exime la responsabilidad personal y comunitaria. Es su discipulado quien debe estar vigilante, quien debe compartir, quien debe repartir, quien debe servir y amar a todo el que lo necesita.

domingo, 24 de julio de 2011

Festividad de Santiago, Apóstol - Mt 20,20-28

Cada 25 de julio la Iglesia, en su liturgia, nos invita a escuchar el evangelio en el que los hermanos Zebedeos, Santiago y Juan, piden a Jesús el mejor puesto en su Reino: «uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» Vamos, que en el seguimiento de Jesús, curiosamente, lo que les importa es, por encima de todo, el poder y el prestigio. En cuantas ocasiones, por desgracia, en la historia de la Iglesia se ha repetido esta escena, en la de ayer y en la de hoy. Más aún, todos y todas deberíamos hacer examen de conciencia de cuál es el motivo más íntimo, más secreto, de la responsabilidad eclesial o social que asumimos (sea la que sea).

La actitud que pide Jesús a los que ocupan responsabilidades entre sus seguidores es bien otra: el último lugar y el servicio. La verdad, nada atrayente. Pero es que los valores del Reino son bien diferentes de los valores habituales, incluso entre los creyentes. Santiago acabó entendiéndolo y lo asumió hasta las últimas consecuencias: «Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan» (primera lectura). Pero es que Santiago, al igual que tantos cristianos a lo largo de la historia, entendió que sólo en la Buena Noticia de Jesús su vida y su muerte, puerta de entrada a la vida eterna, tenían sentido.

miércoles, 20 de julio de 2011

Domingo XVII del tiempo ordinario - Mt 13, 44-52

Este domingo acabamos el recorrido por el «Discurso en parábolas» del evangelio de Mateo. Deseo que fijemos la atención en dos de estás parábolas, donde Jesús compara el Reino de los cielos con un tesoro escondido y con una perla de inmenso valor.

El Reino de Dios es la gran oportunidad –éste es el mensaje central de las dos parábolas–, el inmenso gozo de encontrar algo único, maravilloso. Es una realidad con la que se pueden encontrar hasta los que no tienen nada. Es aquello que tiene más valor que todo lo que tengo, que todo lo que conozco. Es la ocasión única, ante la que todo lo demás queda relativizado: vale la pena «venderlo todo» para poder adquirirlo. El encuentro con este Reino «llena de alegría»: es lo mejor que me podía haber pasado; es la oportunidad con la que no podía ni soñar. Así es el Reino de Dios.

La pregunta obligada, tanto personal como comunitariamente, es: ¿valoro (valoramos) el Reino de Dios de esta manera? Jesús nos lo propone así; Él está convencido de esta realidad. Las primeras comunidades creyentes lo entendieron de este modo y nos lo dejaron por escrito para que lo leyésemos, lo escuchásemos, nos enamorásemos de este Reino que nos ofrece Jesús. ¿Cuándo pienso en el Reino de Dios; cuándo hablo de él a los demás; cuando me afano por hacerlo presente… estoy convencido que es lo mejor posible, por lo que vale la pena dejarlo todo?

miércoles, 13 de julio de 2011

Domingo XVI del tiempo ordinario - Mt 13,24-43

Continuamos con el capítulo 13 del evangelio de Mateo, conocido como el «Discurso en parábolas», donde el evangelista concentra la mayoría de parábolas de Jesús. Hoy la liturgia nos propone meditar tres de ellas que nos relatan cómo es el Reino de Dios: «el Reino de los cielos se parece…» El evangelio nos habla de buena semilla y de cizaña; de una simiente de mostaza; y de la levadura que amasa una mujer mezclándola con harina. Comenta, en forma de parábolas, los inicios de este Reino: las dificultades de los comienzos, los problemas de discernimiento, la sencillez y pobreza de medios, la acogida, la fuerza transformadora de su mensaje…

La realidad del Reino de Dios, narrada en este evangelio, no difiere tanto de la situación actual. Lo importante no es construir cosas grandes ni buscar el prestigio social. La situación de precariedad de medios no hemos de vivirla como una limitación sino como una oportunidad de mostrar con más claridad la Buena Noticia de Jesús. Es el Señor quien transforma los corazones, nosotros sólo hemos de posibilitar el encuentro. Sin juicios condenatorios, confiando en la posibilidad de cambiar de todos. Con una actitud de acogida, de servicio, de entrega generosa, de amor… Sólo desde este tipo de actitudes es posible ir día a día colaborando en la construcción del Reino de Dios.

miércoles, 6 de julio de 2011

Domingo XV del tiempo ordinario - Mt 13,1-23

La narración del evangelio que contemplamos este domingo describe a un «sembrador» que esparce la semilla de la Palabra de Dios por doquier. Ningún lugar se queda sin su porción de semilla, a nadie le es negada la Palabra salvadora: no importa que sea un desvío del camino, un terreno aparentemente infértil, una tierra donde sólo crecen zarzas y malas hierbas o un campo preparado para la siembra. La Palabra de Dios ha de llegar a todos, sin excepción. Otra cosa es la respuesta de los receptores de esta Palabra, condicionada por su situación aunque, sobre todo, subordinada a su libertad personal.

Jesús ofreció su «Buena Noticia», su Palabra a todos. Y, es verdad, que todos no la acogieron igual ni, tampoco, dio en todos el mismo fruto. Pero esto no determinó su actuación ni sus palabras; no limitó su aproximación a todas las personas, independientemente de su condición social, religiosa, moral, etc.

Es verdad que el evangelio de hoy apunta al cómo de la acogida de la Palabra de Dios; pero no puede pasar desapercibida esta otra percepción: no podemos hacer acepción de personas en nuestra tarea evangelizadora, en nuestra oferta de ayuda, en nuestra acción social, en nuestra plegaria. Jesús no lo hizo, sus discípulos y discípulos no debemos, no podemos hacerlo tampoco.

viernes, 1 de julio de 2011

Domingo XIV del tiempo ordinario - Mt 11,25-30

El evangelio de este domingo es uno de los textos más bellos del Nuevo Testamento. Jesús se dirige a Dios familiarmente como Abba-Padre: cinco veces aparece esta expresión en sólo tres versículos. La relación entre Jesús y Dios-Padre es intensa, estrecha, íntima, familiar. A una relación similar con Dios es invitada la comunidad creyente; somos convidados.

Jesús entona un cántico de alabanza a Dios-Padre porque se ha revelado; el mismo Hijo se une a esta revelación divina: Él es la revelación del Padre. Pero no todos son receptores de esta revelación, sólo los sencillos, los pequeños, los simples. Los «sabios y entendidos» están demasiado absortos en su prepotencia para percibir esta revelación, a ellos les ha sido escondida.

El amor de Dios, manifestado de forma diáfana en Jesús, es ofrecido a todos sin igual. Aunque no todos están (estamos) preparados para percibir este amor, esta revelación. Jesús nos invita a reconocer a un Dios todo amor en su forma de vivir, en su predicación, en su mensaje… Sólo desde la sencillez, desde la pequeñez, desde la humildad; no sintiéndonos nunca más inteligentes o mejores que los demás; desde la mansedumbre… podremos participar de esta revelación amorosa y única de Dios.